En una entrevista que el papa Francisco concedió al sacerdote jesuita A. Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica, el Papa afirma que «curar heridas» es una tarea urgente: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones…»; «caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perderse»; «hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro».
«No es extraño que al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagine como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores» (J. A. Pagola, «La alternativa de Jesús»). «Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca: curad enfermos…, limpiad leprosos…» (Mt 10,7-8). La tarea, por consiguiente, será doble: anunciar que el reino de Dios está cerca y curar enfermos.
Pedro Casaldáliga dice que necesitamos «pensar también con los pies», de modo que nuestras reflexiones no nos lleven a confundir las opciones concretas de la vida con lo que pensamos (entre ambos, a veces, hay un gran divorcio) y que nuestras palabras no se tornen huecas, sino que sean también palabras andadas.
«Me gusta la gente sentipensante que no separa la razón del corazón. Que piensa y siente a la vez. Sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón» (Eduardo Galeano). Se trata de unificar cabeza, corazón, manos y pies; para llevar a la práctica lo que pensamos, vivimos y actuamos conforme vamos realizándonos como personas.
Para evitar este desfase entre la vida y la simple ideología —que nos llevaría a servirnos de los estigmas, de los pobres y no a servirles— como primer paso es necesario un cambio de mente (conversión) que nos lleve luego, como Francisco de Asís, a abrazar a los excluidos y estigmatizados de hoy, contemplando en ellos el rostro de Cristo «pobre y crucificado».
El proceso que llevó a Francisco a abrazar al leproso, e ir entre ellos, nos invita a nosotros a tener una mirada respecto al camino que hemos de recorrer, para acercarnos a los estigmas de hoy, abrazando a los excluidos de nuestro tiempo, curando sus heridas, poniendo en obras la práctica samaritana.
La misión profética la hemos de expresar a través de la palabra,
que anuncia la esperanza y denuncia la injusticia.
Solo tiene fuerza si nace de una profunda solidaridad y
del testimonio de una vida centrada en el Reino;
de una profunda comunión con Dios y su proyecto y,
al menos en nuestro caso,
de una profunda comunión de vida en fraternidad y
de una profunda comunión con la Iglesia y con aquellos que
«viven según la norma y vida del Santo Evangelio» (cf. Test).
Seve Calderón Martínez, ofm