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Abrazando los estigmas y a los excluidos de hoy


20 Febrero 2024

En una entrevista que el papa Francisco concedió al sacerdote jesuita A. Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica, el Papa afirma que «curar heridas» es una tarea urgente: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones…»; «caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perderse»; «hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro».

«No es extraño que al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagine como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores» (J. A. Pagola, «La alternativa de Jesús»). «Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca: curad enfermos…, limpiad leprosos…» (Mt 10,7-8). La tarea, por consiguiente, será doble: anunciar que el reino de Dios está cerca y curar enfermos.

 Pedro Casaldáliga dice que necesitamos «pensar también con los pies», de modo que nuestras reflexiones no nos lleven a confundir las opciones concretas de la vida con lo que pensamos (entre ambos, a veces, hay un gran divorcio) y que nuestras palabras no se tornen huecas, sino que sean también palabras andadas.

«Me gusta la gente sentipensante que no separa la razón del corazón. Que piensa y siente a la vez. Sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón» (Eduardo Galeano). Se trata de unificar cabeza, corazón, manos y pies; para llevar a la práctica lo que pensamos, vivimos y actuamos conforme vamos realizándonos como personas.

Para evitar este desfase entre la vida y la simple ideología —que nos llevaría a servirnos de los estigmas, de los pobres y no a servirles— como primer paso es necesario un cambio de mente (conversión) que nos lleve luego, como Francisco de Asís, a abrazar a los excluidos y estigmatizados de hoy, contemplando en ellos el rostro de Cristo «pobre y crucificado».

El proceso que llevó a Francisco a abrazar al leproso, e ir entre ellos, nos invita a nosotros a tener una mirada respecto al camino que hemos de recorrer, para acercarnos a los estigmas de hoy, abrazando a los excluidos de nuestro tiempo, curando sus heridas, poniendo en obras la práctica samaritana. 

La misión profética la hemos de expresar a través de la palabra,

que anuncia la esperanza y denuncia la injus­ticia. 

Solo tiene fuerza si nace de una profunda solidaridad y

del testimonio de una vida centrada en el Reino;

de una profunda co­munión con Dios y su proyecto y,

al menos en nuestro caso,

de una profunda comunión de vida en fraternidad y

de una profunda co­munión con la Iglesia y con aquellos que

«viven según la norma y vida del Santo Evangelio» (cf. Test).

 Seve Calderón Martínez, ofm

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